Trauma nº 17.

Hoy es un día diferente, siempre he dicho que hay que ser muy valiente para contar públicamente un trauma, un hecho que, en mayor o menor medida haya podido marcar tu vida de una manera, definir en parte el desarrollo de tu personalidad y la forma de comportarte con determinadas personas.

Yo, por desgracia, tengo una colección bastante amplia de momentos en mi vida que me han marcado, para bien y para mal. Y no, no hablo de la típica discusión de instituto con el típico gilipollas de turno que te deja mal delante de toda la clase y que a las 7 u 8 horas, siempre en la ducha mientras te da el agua en la espalda, de esto que ya has terminado pero no te quieres salir porque el agua está calentita y cuando cierras el grifo de repente adquieres el poder de teletransportarte al círculo polar ártico, bueno pues ahí, después de llevar todo el termo de agua caliente en la espalda mientras le das vueltas a lo sucedido piensas: “Le tenía que haber dicho esto al hijo de puta. Dios, le hubiera dejado por los suelos.”. Esos momentos tocan los cojones, pero no marcan como los que tengo yo.

A lo que hago referencia es a situaciones en las que, cuando estás medianamente cerca de vivir algo parecido, sientes un sudor frio en la nuca, se te estremece el cuerpo y rezas a todo lo que se te ocurre para que no te vuelva a suceder ni a lo que te evoca ni algo medianamente similar. 

La historia personal de hoy va sobre un trauma psicológico que tengo desde los 15 años más o menos, una putada de edad para sufrir cualquier hecho de este estilo porque estás en la edad. ¿Qué edad? Pues la edad. Sabéis de que hablo porque habréis escuchado a madres, padres, hermanos y hermanas, abuelos y abuelas, amigos y amigas y todos los etcéteras posibles que hagan referencia a personas que tengan un mínimo de madurez más que tú, que no implica que sea madurez mental, simplemente con que sea mayor que tú ya puede decir la frase o utilizar la expresión. Pongo un ejemplo, cuando tu yo de 14 o 15 años está en comunidad con este tipo de personas maduras o mayores de las que he hablado y de pronto en la TV sale una teta, o dicen una palabrota (palabra malsonante o exabrupto, depende de donde seas se dice de una manera, yo he elegido la jerga de mi entorno para hacer esto más familiar) y a ti, como tonta o tonto de 15 años se te escapa una risa o muestras cualquier tipo de vergüenza frente a esa situación, siempre hay una persona que dice “Madre mía, como se nota que estás en la edad”. Pues esa edad es a la que me refiero, la edad del pavo vaya.

El día lo recuerdo claramente, como si estuviera pasado ahora mismo. Era 25 de noviembre y hacía un frio increíble, había estado lloviendo durante toda la tarde y por lo tanto la sensación de frio en mi cabeza era mucho mayor. Ese Domingo había quedado con Carlos, mi mejor amigo de la infancia para ir a ver una remasterización de “El señor de los anillos. Las dos torres.”, era un estreno en España, por lo que había que coger sitio en el cine porque tanto mi colega como yo preveíamos una gran afluencia de gente. La película comenzaba a las 18:00 y duraba unas 4 horas y media. Tenía comentarios del director y escenas exclusivas sobre el rodaje en las que se podía ver como los protagonistas se preparaban para dar vida a los personajes y como se rodaron las escenas mas importantes de la peli, para mi Gimli adolescente eso era lo más parecido al cielo que iba a encontrar esa tarde.

Sobre las 16:00 más o menos salí de mi casa dirección a la tienda de chucherías del barrio, “La chuchecita” se llamaba, el nombre se lo debió poner alguien verdaderamente ocurrente. La verdad es que era bastante temprano, pero quería ir bien provisto de golosinas para poder disfrutar del espectáculo en su mayor expresión posible, además, que todos sabemos que ir al cine sin atiborrarse hasta el punto de casi ponerse malo debería considerarse ilegal. En total me gasté unos cinco euros que en realidad eran dos y medio porque íbamos a pachas, a medias en jerga del barrio, Carlos y yo.

El cine no estaba muy lejos de mi casa, debía haber unos diez minutos caminando en total sin contar el parón en la tienda de chucherías. Para las 16:50 estaba haciendo cola y esperando a Carlos, que vivía un poco más lejos que yo y tardó como unos veinte minutos más en llegar.

En el rato que estuve solo en la cola, la mayor parte de tiempo estuve negociando con mi cabeza por que no debía comerme las chucherías allí mismo y en ese momento, negociación que por supuesto perdí y que hizo que perdiéramos un paquete de Jumpers en el camino. Otro rato estuve intentando mimetizarme con el entorno urbano lo máximo posible para Ricardo Mourão, que estaba como seis puestos por delante de mí en la fila no me viera y viniera a tocarme los huevos.

Ricardo es la personificación del gilipollas de la discusión ficticia a la que hacía referencia antes de la ducha en la que ganaba yo. La verdad es que mi relación con ese chaval nunca había sido muy buena pero nunca tuve claro el origen hasta hace poco, creía que simplemente es la típica persona que te cae mal y a la que le caes mal, que nunca os llegáis a enfrentar por temor el uno del otro y de lo que pueda pasar, porque tanto él como yo éramos y somos dos cagados, pero que al mínimo atisbo de ridiculizar al otro no dudaríamos en aprovecharlo. Yo a él intentaba no molestarle, al principio por pereza y después por mi miedo a quedar mal en público, algo que él era capaz de provocar con la misma facilidad con la que se rascaba los huevos.

En todo el tiempo que estuvo rondando por la fila Ricardo ni siquiera me vio, hasta que llegó Carlos, pero para entonces ya no podía hacer nada por temor a este, algún día contaré la historia de la batalla entre Carlos y Ricardo.

El tiempo con Carlos en la cola se hizo mas rápido y, obviamente, también dejó victimas en el camino, concretamente los muertos tenían forma de paquete de patatas y chocolatina. A las 17:55 ya estábamos sentados en nuestro asiento y, como en un abrir y cerrar de ojos, eran las 22:30 y estábamos saliendo del cine y despidiéndonos, aunque fuera una despedida momentánea, porque en cuanto llegásemos a casa nos esperaba al menos una o dos horas de vicio intenso al FIFA.

El camino a casa se tornó extraño desde mi “hasta luego” con Carlos, desde el principio noté algo raro. Tomé el camino de seguridad, es decir, el que llevaba tomando toda la vida porque, no se si lo he dicho alguna vez, soy un cagado y siempre buscaba ir por las calles o bien más iluminadas o bien más transitadas, o si podía ser que coincidieran las dos variables. En este caso, solo estaba la calle iluminada, pero no había ni un alma por esta. Al girar la esquina del cine a la derecha había mas o menos un kilómetro en línea recta hasta la calle colindante a la mía y luego solo era girar de nuevo a la derecha y ahí estaba mi casa.

Como estaba diciendo, ya desde el primer momento noté que algo no iba bien. Al girar la callé noté un ruido similar a un rugido que no me gustó mucho y me hizo sospechar. Giré la cabeza para mirar a mi alrededor y no, no había nadie. Yo por precaución aligeré la marcha y me intenté asegurar casi a cada metro que avanzaba que me encontraba solo. Al haber estado lloviendo casi todo el día, en la calle había ruido, un ruido muy fácil de identificar, ruido de después de haber llovido, que se puede identificar sobre todo por dos sonidos, al menos para mí, por el sonido de los coches al pasar por el asfalto y el de las gotas acumuladas en los bordes de balcones y tejados caer contra el suelo cada vez más débilmente. Por lo demás, ni un alma por la calle.

La sensación cada vez era más extraña, el rugido anterior se había repetido y esta vez, aproveché el vistazo para asegurar que nadie me acompañaba para dejar un poco de lastre por el camino y tirarme un pequeño pedo. Para mi yo de 15 años poderte peer en la calle sin que nadie te señalara era lo más parecido a la lotería que existía y más después de que el año anterior en gimnasia se me escapara un pedete tímido mientras estirábamos. A pesar de todo yo me aseguré de que no había nadie en la calle y, aunque aparentemente todo estaba normal, yo apreté aun más la marcha. No diré lo que se me estaba pasando por la cabeza en ese momento, solo diré que el cuerpo se me estremeció y noté un sudor frio por la nuca que me hizo aligerar la marcha tanto que, cuando me quise dar cuenta estaba corriendo a máxima velocidad.

Llegué a mi casa casi sin aire, sudando y muy muy intranquilo. Toqué el timbre, pero pasado un segundo, que para mí fue una vida, nadie había respondido aún. Llamé otra vez y otra, y así durante casi veinte segundos en los que a punto estuve de quemar el timbre, hasta que caí en un dato que se me estaba pasando por alto, de repente las palabras de mi madre resonaron en mi cabeza “hijo mío, llévate llaves hoy que cenamos en casa de tus abuelos y no sabemos a que hora vamos a llegar”.

Tras esto la situación empeoró, el rugido que había estado sintiendo se repitió y esta vez si que estaba asustado ya que había sido más feroz, tanto que lo noté en la espalda baja. En ese momento el tiempo se me empezó a hacer cada vez más raro, raro en el sentido de que aun a día de hoy no se si iba más lento o más rápido. Como si mi mente se hubiera bloqueado presa del miedo. El sudor de mi nuca se heló y me temí lo peor. Comencé a buscar las llaves como un poseso por todos los bolsillos de mi pantalón y mi chaqueta, pero nada. Miré debajo de la maceta de la puerta, el sitio donde mi hermano guarda las llaves, pero nada.

De manera desesperada introduje de nuevo las manos en los bolsillos de mi pantalón, esta vez con tanta fuerza fruto de la desesperación que casi me los bajo a la altura de las rodillas. Nada, en el pantalón no estaban. Mientras tanto, el tiempo pasaba y la situación no mejoraba, al contrario, mi nerviosismo se había hecho dueño de mi cuerpo y casi se atisbaba un ligero llanto en mi quejido de desesperación. No había llaves.

El rugido otra vez, esta vez ya lo sentí en mi estómago, en mi cuerpo contraído presa del pánico. Casi a gritos aporreé la puerta con puños y patadas, pero no había nadie. Como si de una aparición se tratarse, de repente mi cabeza se iluminó y de mi mente brotó el recuerdo de mi mano guardando las llaves en el bolsillo interno de la chaqueta, un bolsillo que lleva al lado de la cremallera y que originariamente es para guardar las gafas de sol, o al menos yo he deducido eso por la forma y espacio que tiene. Abrí la chaqueta con tanta potencia que al día siguiente mi madre tuvo que hacerle un remiendo a la cremallera y cogí las llaves.

El momento de introducirlas en la cerradura sigue siendo, a día de hoy, mi paradoja física favorita.  Como si de una peli de tarde se tratase, al meter coger la llave la metí y ¡tachán! Entró a la primera. Eso hubiera estado guay si hubiera sido la correcta y hubiera girado, claro. Con más lentitud, cogí la correcta y aquí es donde aún me sigo quedando flipado, la cerradura se hacía más grande y más pequeña a voluntad del destino, bueno, o eso me parecía a mí porque la segunda vez de costó horrores meter la maldita llave.

Para cuando logré atinar con la solución al problema llave-cerradura ya se había hecho tarde. Al final ocurrió, me pilló. Llevaba acechando desde que salí del cine, lo notaba, lo sentía y lo temía, aunque no quería creerlo porque pensaba que eso solo pasaba en series o a otras personas. Me había tocado a mí.

Al abrir la puerta noté como algo caliente bajaba por mi pantalón hasta mis zapatos. El hedor no tardó en llegar ni siquiera medio segundo, tanto que en cuestiones olfativas me traslado a un vertedero, pero al centro del más grande jamás existente. No se que había sido concretamente, pero se que en global todo se había ido fraguando en la bolsa gigante de cinco euros en golosinas que había ingerido conjuntamente con mi amigo por la tarde. En resumen, me hice caca.

De repente mi niño interior salió a flote y rompí a llorar fruto de la frustración, del sentimiento de impotencia de quien ha perdido la carrera después de ir ganando todo el tiempo. Y eso no fue lo peor, lo peor estaba a punto de pasar porque, de haber quedado así con el tiempo hubiera superado mi vergüenza personal, pero no, al contrario de cómo había estado creyendo desde que salí del cine, yo no estaba solo. ¿Os había mencionado que Ricardo me caía mal pero no sabía el origen? Es hecho no lo era y en realidad sigo sin saber el origen, pero, ¿A que no sabéis quien ha sido mi vecino desde pequeño? El puto Ricardo. Lo mejor es que quien me vio no era él, era su abuelo, que me ayudó a entrar en casa y a limpiarme y limpiar el estropicio de la entrada de mi hogar. Pero claro, el señor pues tendría la típica conversación de la hora de la comida o de la cena y pues lo contaría así de sopetón, desvelando a mi mayor enemigo mi mayor secreto y siendo este el origen de millones de apodos estilo “Calzones de barro” o “Supercaca”, este último muy ocurrente.

La verdad es que esa cagada, nunca mejor dicho, no fue lo peor que me ha pasado en la adolescencia, pero si fue una putada. Aunque bueno, pensándolo bien no estuvo tan mal, al menos descubrí lo que es la intolerancia a la lactosa y que yo la padezco, aunque hubiera preferido que fuera de otra manera.

Hasta aquí la historia del día que me cagué en público. Lo que esto supuso os lo contaré o lo iré contando en diferentes relatos de traumas, o no, no sé. Nos vemos en un próximo trauma.

Feliz I aniversario como Pirata.

Esto que vais a leer es una historia completamente real, es la historia de una persona que actualmente se ha convertido es uno de mis referentes, esta es mi historia.
Mi nombre es Manuel Antonio Nuñez Bueno, tengo 25 años y hace exactamente 365 días me quedé ciego de un ojo, pero flipad, ciego para toda la vida eh, que es una movida bien gorda.
Empezando la historia así ya todo puede ir a mejor, al menos yo lo pienso así.
Escribiendo esto no voy a seguir ni estructuras ni la madre que lo parió, voy a escribir esto desde el pechito.
Podría parecer que esto es algo muy triste pero nada más lejos de la realidad, esto es lo que hay. Hay cosas que pasan en la vida y solo tienes dos opciones: estancarte y llorar o tirar hacia adelante. Bueno, pues de esas dos opciones yo he cogido las dos, a ver, soy así.
La etapa de llorar ya la he pasado, hace no mucho la verdad y es más, a veces vuelve y me recuerda que no me puedo relajar ni un poco porque si no aparecerá con la guadaña a dar por culo otra vez.
Esa fue mi primera etapa, la de la llegada de la enfermedad, la de asimilar lo que me había pasado y sobretodo la de aclimatarse a lo que tengo, mi pequeña putada la llamo yo. Obviamente nadie quiere escuchar que con 24 años va a estar ciego de por vida de un ojo, es que de golpe me vinieron como 3 enfermedades y claro, pues uno se acojona la verdad. Con respecto a la asimilación de la putada, pues bueno, tampoco fue sencillo, la verdad, fue duro, porque de repente todo te da un revés que no te esperas. Sinceramente yo lo asimile mal, muy mal de hecho, pensé que saliendo, bebiendo y divirtiéndome iba a pasar, pero en realidad cuando tienes algo negro en el interior la fiesta y lo que ello conlleva solo ayuda para sacar la mierda del interior, algo que tarde en comprender pero que bueno, al final con ayuda de las mejores personas que uno se puede echar a la espalda y con la mía se sacaron adelante. La tercera etapa, la de aclimatarse, esa no me hizo nada de gracia, chocarse contra objetos que siempre han estado ahí pero que ahora no ves, volver a hacer vida normal, recuperar el valor para conducir, jugar a fútbol sin saber si le vas a dar bien al balón (está fue la de menos, porque cuando me funcionaban los dos ojos perfe tampoco lo sabía), en resumen, volver a recuperar la seguridad en ti mismo que has perdido pues, a ver, es duro, cuesta mucho y sobretodo frustra que no veas, pero con paciencia se saca. Esa es otra, aprender a tener paciencia, un tío que nunca la tuvo, pues también ha sido difícil, de hecho creo que he adquirido tanta que podría llegar algún día a ser Dalai lama si me lo propusiera. Pero bueno, al final todo lo malo se pasa.
Y luego la fase de aceptar que te has quedado tuerto y que es lo que hay, que estás en el fondo pero puedes ir hacia arriba con trabajo. De esta fase estoy muy orgulloso, he aprendido a valorarme, que antes no lo hacía para nada. Gracias a esto he visto el apoyo que tengo, el gran círculo de personas con sus imperfecciones pero a la vez tan perfectas que me arropan a diario y a las que le debo tanto que no sé si se lo voy a poder pagar algún día. He visto que mi capacidad de echarle cojones a las cosas es mucho más grande de lo que pensaba, que las cositas con un poco de sentido del humor se hacen más amenas. Que no hay lugar para la queja ni el llanto sin esfuerzo, que si lloras sea siempre después de haber dado todo. He aprendido a ser solidario, a mirar a las personas mucho más allá de lo que son, a apreciar y valorar que cada uno tenemos nuestras mierdas y que por lo tanto no hay que juzgar a nadie sin conocerlo. A sonreírle a las personas, que se llega más lejos con una sonrisa que con un grito, aunque eso no quita que siga habiendo gilipollas por ahí, es más, los hay, ESTÁN POR TODAS PARTES, pero bueno, a esas personas se les puede ayudar a dejar de serlo, y si no funciona pues se les prohíbe el paso al círculo selecto de cada uno y ya está.
Si hay algo que me ayudó mucho es ver y leer a personas que si que de verdad tenían motivos para estar abajo y sin embargo le echaron narices a la vida y tiraron hacia arriba. Si ellos con todo lo que tienen o tenían lo hicieron, ¿Que derecho tengo yo a quedarme sentado llorando? NINGUNO.
A todo esto me pasaron cosas muy buenas y otras pues bueno, no tan buenas pero tampoco malas y eso también me ayudó muchísimo. Aprendí a ver la vida con otro objetivo (vaya chiste malo que ha hecho el ciego tú). A enfocar los problemas de otra manera, siempre preguntándome la importancia de tal asunto y la relevancia que podría tener en mi vida para dotarle de más o menos importancia al asunto.
Pero lo que de verdad me ha enseñado esto es a mirar a los ojos a los míos y reír, a disfrutar de cada rato con mis amigos, de cada comida con mi familia o cada rato tirado en el sofá simplemente sin hacer nada. Disfrutar de la vida, que es un regalo, y pueden venir baches, y puede haber desvíos, pero mientras tengas claro el camino, todo se hace.
Y hasta aquí, está es mi historia de este año. En parte espero que os haya gustado pero en parte no, que significaría que os alegráis de las desgracias ajenas y eso es que sois unos cabrones.
Mientras tanto aquí estoy yo, hace un año que me volví pirata y aún no me han dado el parche. Me voy a quejar al sindicato de piratas a ver si se mueve el asunto.
Un abrazo a todos y bueno, ya nos veremos… bueno mejor ya me veréis (al 100%) y yo ya os veré (50% más o menos)
Eso si, si nos cruzamos por la calle y no os saludo, no os creáis que soy un imbécil, que tengo excusa.

Campeones del campeonato regional de supermercados.

Menuda semana la que nos deparó en el Ecomarket el campeonato regional de supermercados. Y eso que literalmente era una basura, una competición de fútbol en la que competían todos los supermercados de la región y ya está, nada más. Bueno, en realidad si había algo más, un premio, un maldito viaje a Las Vegas con todo pagado una semana, eso incendió el ambiente de la empresa como os contaré en este relato.

El día transcurría con total normalidad Jairo, un chico de la Extremadura profunda que había llegado a la ciudad no se ni como, y yo estabamos haciendo inventario en el almacén. Dori, una señora de 67 y Julian, el sobrino del jefe que había perdido la movilidad de prácticamente la totalidad de su brazo izquierdo, estaban en su descanso para desayunar.

Nadir y Omeruo, dos chicos senegaleses estaban reponiendo, la verdad es que no se que reponían en ese momento porque los dos chicos eran dos verdaderas bestias en ese sentido, en tres horas se reponían medio súper y Arsenio, un tío mayor, más o menos de la edad de mi padre, pero del que no sabíamos nada porque era muy muy misterioso y no hablaba nunca se encontraba en la caja despachando a los clientes con su gracia habitual, ninguna.

Ese día el jefe llegó un poco antes de lo habitual al puesto de trabajo, a las 12:30 de la mañana, llegó dando voces y mando reunir a todos los trabajadores a la sala de reuniones, que en realidad era el almacén, para contarnos una noticia que según él nos iba a cambiar la vida por completo. También hizo venir a Alberto y a Maira, dos chicos mas que tenían turno de tarde para esa noticia.

—Chicos, estamos apuntados a un torneo de fútbol 7 que se celebrará durante este fin de semana entre los supermercados de la región y lo vamos a ganar, os lo digo, lo vamos a ganar porque el premio es un viaje gratis a Las Vegas durante una semana y todos queremos vacaciones gratis ¿o no las queremos? —dijo el jefe que a veces era un motivador sensacional.

A lo que el resto respondimos que si enérgicamente, motivados, con ganas de ese viaje, bueno, todos menos Arsenio, que parecía que le daba igual la vida.

La verdad es que al único que parecía que Arsenio respetaba, o al menos, dignaba a responder el saludo y hacer como que no era un ente era a mi, quizás porque yo siempre lo trataba con alegría, quizás porque le había salvado el culo en más de alguna ocasión en el trabajo con más de alguna de sus cagadas, el caso es que mi objetivo era adivinar que pasaba en la vida y por la cabeza de ese señor.

El caso es que el equipo estaba en marcha, estábamos a Martes y el primer partido era el viernes, teníamos 3 días para entrenar duramente. Yo, que había jugado al fútbol hasta tercera división me quise hacer cargo del equipo para dar unas nociones básicas para poder alzarnos con el título, pero el entrenador, que tanto a veces era un gran tipo y un gran motivador como otras veces era un gran estúpido y un gran gilipollas se lo apropió, su empresa sus normas. Y así fueron los tres días de entrenamientos más inútiles de nuestra vida.

El campeonato constaba de tres partidos, cuartos de final, semifinales y final, finalisima. El jefe había conseguido hacer de una serie de jugadores de mierda un equipo más de mierda. Ahí no se salvaba ni el utillero, que por cierto, no teníamos. Al comienzo del primer partido la alineación era: Julian en la portería, puede resultar cómico que un tío que no puede mover su brazo izquierdo sea el portero, lo es de hecho, pues no veas como volaba Julian, era lo más parecido a Iker Casillas que jamás vi. En defensa, Alberto, Maira y yo, Maira y Alberto, ecuatorianos y hermanos de padre por cierto, corrían cerca de los 30 km/h pero no le daban al balón ni aunque este fuera directamente hacia ellos, aunque a las piernas le daban que era un gusto verles. Jairo, que la verdad es que era un crema con el balón en los pies pero pesaba cerca de 190 kilos junto con Nadir en el centro del campo, Nadir, por otro lado tenia un corte más defensivo, no pasaba ni el aire por su lado. Y de delantero Omeruo, no había jugado nunca a fútbol en su vida, pero Dori tenia 67 años y el jefe odiaba a Arsenio y ni por asomo lo iba a dejar jugar en el equipo.

El primer partido se resolvió bien, Jairo metió un gol desde casi su casa y a Omeruo le dieron un pelotazo que terminó, misteriosamente en gol, 2-0 y para casa contentos. A por las semifinales. En el segundo partido la alineación fue la misma pero el resultado no, el equipo rival, Supermercados «El cochino» tenía trabajando a Dani Güiza y a Dani Benitez además los entrenaba un tío que había sido entrenador de fútbol profesional, pero aun así aguantamos el 0-0 hasta el descanso. En la segunda parte su medio centro le dio un patadón a Jairo que acabó con su breve carrera futbolística e hizo que el jefe se vistiera de corto y saltase a jugar, ese ha sido el espectáculo más lamentable que he visto en un campo de fútbol en mi vida.

Así, y con un tío, que más que un futbolista parecía un bloque de hormigón el medio del campo como era mi jefe, ellos empezaron a abusar de nosotros y aun así solo nos metieron 1 gol. Tras una serie de tirones musculares, caídas, tropiezos con el césped, patadas al aire y sendas cagadas futbolisticas más el jefe decidió dar paso a Dori, UNA MUJER DE 67 AÑOS JUGANDO CONTRA DOS JUGADORES PROFESIONALES, algo que fue otra fracasada decisión técnica por su parte. Pero aun así logramos meter un gol gracias a nuestro Killer Omeruo, esta vez si tiró a puerta, el tiro no iba dirigido a puerta pero le dio a un defensa de «El cochino» y entró. Esto permitió que fuesemos a penaltis y que nuestro portero, Julian, se luciese, paró dos con la cara y otro con su brazo izquierdo, obviamente sin querer, obviamente el brazo iba suelto por ahí y el balón le dio, pero sobró, para que después Dori anotase su penalti y nos enviase a la final.

Al día siguiente, mientras estábamos en el vestuario esperando al entrenador y a Dori para empezar a cambiarnos y saltar al campo recibimos la noticia del hijo de Dori de que esta se encontraba en casa con oxigeno «demasiado deporte para una mujer que lo máximo que hace es ir a jugar al mus con sus amigas por las tardes» dijo su hijo. El entrenador, que acudió en muletas no tuvo más remedio que poner a Arsenio en el medio del campo junto a Nadir. El partido contra «Los burritos» empezó mal, comenzamos perdiendo por 2-0 en los dos primeros tiros a puerta, pero para sorpresa de todos el balón le llegó a Arsenio y este la lio, y la lio en el mejor sentido de la palabra porque era una maldita pasada, un ángel bajado del cielo para jugar a fútbol. Hacía de todo, regateaba, pasaba, golpeaba bien al balón, TODO. Ganamos el partido, PALIZA-2 fue el resultado, ganamos el viaje gratis de una semana a Las Vegas, aunque Arsenio y yo estuvimos cerca de un mes y medio, pero eso es otra historia que ya contaré cuando cuente el viaje del Ecomarket a Las Vegas.

Con respecto a Arsenio, tras el partido estuve hablando con el tomando una cerveza y me contó una curiosa historia, él había jugado desde pequeño en el Atlético de Madrid y posteriormente en Italia, en la Sampdoria, pero sus malos hábitos y la bebida lo alejaron de los terrenos y fue pasando por equipos de mierda en equipos de mierda hasta terminar en el Ecomarket, aunque actualmente trabajaba casi exclusivamente par pagar una multa porque en Italia podía estar viviendo mucho mejor ya que allí, su fama en el mundo de la noche le había abierto muchas puertas. Arsenio demostró ser un grande, y en Las Vegas demostró estar colgao, pero eso ya os lo contaré.

Que son mis malditas vacaciones.

¿Os ha pasado eso de estar deseando tanto algo que cuando llega y os decepciona por no cumplir con las expectativas os cagáis mil veces en la leche? A mi si.

Yo era un chico normal, alegre, divertido, pacífico y sobretodo alegre (uy, eso ya lo he dicho, pero es que os lo juro, era alegre que te cagas), pero la vida y sobretodo las personas, a cada cual mas hijas de puta, se empeñaron en ponerme trabas para disfrutar de lo que iban a ser mis vacaciones perfectas.

La verdad es que las vacaciones no iban a ser una cosa del otro mundo, para que nos vamos a engañar, pero es que yo soy un tio bastante conformista, tranquilo y sobretodo tranquilo (mierda, me ha vuelto a pasar). Bueno, os resumo mi idea de plan perfecto de verano:

Leer todo el rato los libros que tenía en mi lista, escuchar música sin hacer nada mirando a un punto fijo y pensando en mis cosas de mi mundo interior, salir a la terraza con una cerveza bien bien fria y de vez en cuando echarme así un agua por encima con la manguera y cuando estuviese mojado buscar el ángulo perfecto para subier fotitos a instagram como si fuese un tio interesante y al final, cuando me quedasen dos dias de vacaciones pues irme a la playa porque no aguanto más ahi, se me llenan los huevos de arena.

Pues el día tan esperado llegó. Cuando salí del trabajo me fui con mis compañeros, que al igual que yo terminaban turno pero que a diferencia de mi no cogían vacaciones, a beber cervezas. Una cosa llevó a la otra y llegamos a las dos de la madrugada al único bar de mi pueblo que estaba abierto y entramos pues a seguir bebiendo como buenos trabajadores que somos. Una vez dentro el panorama empeoró y las expectativas que llevabamos de beber tranquilamente y reir se vieron reducidas por un grupo de energúmenos que ensombrecían el ambiente. Yo tengo clara una cosa, nosotros no tuvimos la culpa, aunque mi versión no coincida con la del camarero ni con la de los otros individuos, mantengo que ellos empezaron, malditos locos. En resumen, que esa noche la terminamos en el calabozo, bueno, esa noche y los dos días siguientes.

Lo que para nosotros no fue nada para la policia pareció que si, según su acta:

Tres individuos llegaron al local en cuestión a las 2:04 am en un claro estado de embriaguez. Uno de los tres, Benito (yo) Francisco Ocaña comenzó a hacer una serie de comentarios ofensivos acerca del lugar y de las personas que se encontraban en el, a lo que uno de ellos respondió pidiendo respeto causando en este un estado de violencia y alteración que terminó en una pelea que originó los miles de euros en daños del local y en la hospitalización de uno de los octogenarios a los que insultaba. Debido a esto el camarero tuvo que actuar reduciéndolo y llamando a las autoridades locales que se lo llevaron detenido a él y sus acompañantes.

Al estar en la celda durante un par de dias me entró la prisa, la prisa y la depresión al ver como había terminado con dos días de vacaciones así de un plumazo por hacer el gilipollas, ¡si es que no se puede joder!. Aun así me quedaban unos diez días, o así más o menos, de vacaciones que estaba dispuesto a aprovechar. Por lo menos hice un par de amigos en el calabozo, nos vemos Jose Francisco.

Llegué a casa tras estos días en el hotel penal y me acosté, dormí durante un día entero, algo que me rompió el alma (joder, estaba tirando mkis ansiadas vacaciones a la puta basura). Así que decidí ponerme las pilas y ordenar mi vida vacacional. Lo primero que hice fue estar toda la mañana bebiendo cervezas con el culo metido en la piscina, en la casa de un amigo claro. Pero cuando llegué a casa estaba mi vieja tio, mi puta vieja me pegó una chapa sobre que era en la vida y que mierdas y tal eso que dicen los padres… y por supuesto me dio trabajo, a pintar la casa, a limpiar y quitar hiervas y pintar porque según ella «hay que aprovechar el buen tiempo para pintar, no vas a pintar lloviendo».

De ese modo me jodió siete días de vacaciones trabajando de sol a sol por un vaso de agua y la comida en el plato, estaba mejor en el puto calabozo. Obviamente mi enfado era inmenso, me quedaban dos días de vacaciones y este año me quedaba sin playa porque mis putos amigos se han echado todos novia (contra todo pronóstico porque además de ser alimañas sociales es que no se duchan tío, ¿quién se iba a pensar que iba a pasar eso?) y pues solo no me voy a pagar unas vacaciones.

Por lo tanto tuve que pensar rápido y actuar, ¿qué hacer para aprovechar estos dos días de vacaciones?. Y encontré la respuesta, me fui al pueblo de mi primo Raul que eran las fiestas allí, fiestas de pueblo. Y morí. No morí por la cantidad de alcohol que se ingiere en estas fechas y lugares, de eso podía haber muerto también, pero sobreviví como un zorro aferrándose a la vida. Morí en los encierros, corriendo por mi vida, en una carrera épica, Usain Bolt a mi lado hubiese sido un paralimpico. Corría adelantando a borrachos y desechos sociales matinales como alma que llevaba el diablo cuando de repente me dió un maldito tirón en el gemelo y caí al suelo, con tan mala suerte de que por ahí pasaba una rodilla y se llevó un par de dientes y algo más. Fue bonito mientras duró.

Y ahora escribo desde mi camita del hospital donde llevo tres días de dura reflexión en los que os prometo que para mis próximas vacaciones me voy a Isla Mágica a echar el día y poco más. Avisados estáis.

Limpieza en pasillo 3.

Bueno, bueno, bueno, esto que voy a contar hoy es de las cosas más extrañas que me han pasado dentro del Ecomarket. Todo esto ocurrió en mis primeras semanas como empleado, aun no se confiaba en mi como para ser el cajero principal y mucho menos tenía la fama de justiciero ni el caché que tengo ahora.

En esa época era un joven aprendiz de dependiente que me estaba curtiendo a las órdenes del que siempre fue una leyenda del super, «Ras, el rasta». Básicamente Ras era un tío que tenía 58 años pero aun mantenía su actitud de rastafari que lo había hecho famoso en el barrio, bueno su actitud y su gran cantidad de plantas de marihuana con la que se enriquecía, lo de su empleo en el super fue siempre por amor al curro y por blanquear y evitar sospechas.

Ras se convirtió en el primer encargado que de verdad molaba del Ecomarket gracias a su dedicación, a su trato personal con el cliente y sobretodo a su habilidad para las matemáticas, el tío era una maldita calculadora humana. Antes de Ras nuestra encargada era Gilda, pero ya hablaré de esa pedazo de zorra en otra ocasión. Por ahora solo puedo decir que Gilda odiaba a las personas en general pero a los nuevos empleados en particular y decidió ponerme bajo la supervisión de Ras, para así matar dos pajaros de un tiro y que nos echaran a los dos (TE JODES QUE SIGO AQUI).

De Ras aprendí muchísimo, aprendí a valorar al cliente, a tratar con las personas y a comprender que todos somos semejantes. Aprendí a tomarme el trabajo con calma, al final solo es un trabajo, pero aprendí a amarlo como a una prolongación más de mi ser. Comprendí que la filosofía zen que tenía ese maldito loco me haría soportar el duro trago de aguantar los primeros meses en un trabajo al en el cual no me sentía para nada a gusto y que incluso llegaba a odiar. Fue un gran profe Ras, allá donde esté seguro que lo quieren igual que lo queremos aquí. Creo que ahora anda por Jamaica o por Uruguay, huyó justo en el momento exacto, antes de la ola de redadas del barrio, lo que se conoció como La semana del crack del dos mil y algo.

Bueno, pues en una de estas que estoy limpiando las estanterías del pasillo 3, el pasillo de los detergentes y suavizantes, con la filosofía de Ras —hay que limpiar el super como si de nuestra casa se tratase, no querrás que la poli encuentre algo que necesites— cuando de repente noto como mi mano se impregna de alguna rara sustancia, algo un poco viscoso, era mierda vaya, pero puta mierda humana.

Tras aguantar el vómito instantáneo que me entró al averiguar que coño era eso fui a comentarselo a Ras, que inmediatamente me dijo que lo limpiase y que seguramente se tratase de un poco de excremento de bebé ya que esa era una zona muy transitada por madres. Yo oí, obedecí y seguí mi camino y mi trabajo.

A la semana siguiente, en el mismo pasillo volvió a ocurrir algo que me llamó la atención, en el mismo sitio había heces humanas, pero esta vez estaban más repartidas y había en mayor cantidad, esto ya no podía ser un bebé, al menos un bebé humano. Se lo volví a comentar a Ras, que me dijo a su modo que me callase la boca y siguiese limpiando como el me había enseñado. Yo obedecí, pero había algo que me olía mal y no era precisamente la caca, que también.

Pero una semana después, cuando me tocaba limpieza en el pasillo tres antes de tocar con la mano caca o algo mucho peor decidí observar bien que había en las estanterías, y efectivamente había algo raro, seguía habiendo caca humana, y lo raro es que siempre estaba en el mismo sitio, en la zona de los detergentes en polvo de lavadora. Esta vez yo me callé y la limpié, pero me juré que averiguaría que era lo que estaba pasando en ese bello y maldito lugar a la vez.

Lo comenté con Ras y el me desaconsejó que intentase llegar al fondo del asunto, pero yo estaba harto de limpiar mierda todos los días que me tocaba limpiar a fondo el pasillo tres. Así que un día, precisamente el día que anterior al de la limpieza del pasillo tres, estuve expectante y vigilante ante los acontecimientos que podrían darse con respecto al tema de la caca en ese lugar. Pasaban las horas y allí no ocurría nada, bueno, lo de siempre, gente abriendo los detergentes para ver como huelen y cosas por el estilo. Lo más extraño que ocurrió, extraño y asqueroso, fue que descubrí quien era el cabrón que abría los desodorantes de roll on, los usaba y los dejaba, era Javi, el sobrino del dueño, que siempre se iba a comprar una tableta de chocolate tras su entreno de fútbol y ya de paso pues se ahorraba una duchita el tío. Los usaba sudado y los dejaba el puto cerdo. Aunque eso cesó cuando puse el cartel ‘Javi, se que eres tú, duchate un poco y deja de usar deshodorante encima del sudor, que eso luego huele peor, jodio cerdo. Al resto, os vigilo. Firmado, el vigilante silencioso‘.

Esa noche, hablé con el segurata para ver si podía hacer la ronda con él, que me dijo que si, siempre y cuando le diese todas las noches un paquete de oreo pero de las de marca blanca, sus favoritas, a lo que no me pude negar. También le pregunté si él no había visto nada raro por las noches, a lo que me contestó: «Con la mierda que cobro que le den gracias a que no robo, yo llego y me duermo en la garita». Yo eso lo vi admirable la verdad.

La noche comenzó y las cosas iban normal, no había a penas ruido y estaba el ambiente bastante tranquilo, pero a las 3 o 3 y media de la madrugada empecé a escuchar ruidos, ruidos como de un mono o algo por el estilo y empecé a sentir como que a parte de mi en esos pasillos había otra presencia, un depredador más. Y me acojoné, iba cagadisimo por los pasillos y mi único objeto para defenderme era la linterna que me había prestado el segurata antes de irse a dormir.

Comencé a escuchar ruidos en el pasillo 3, y por mucho miedo que tuviese me armé de valor y me dirigí hacia una muerte casi segura (prefería morir a seguir limpiando mierda humana los miércoles). Los ruidos se hacían cada vez más y más intensos, y violentos. Ya en la esquina de la estantería que dividía el pasillo 2 del 3 me escondí y aguardé a que los ruidos fuesen menos intensos, pero eso no ocurría, así que me invadió el nerviosismo y decidí salir a pecho descubierto, algo que después lamentaría.

Salí violentamente a grito de «¡Me cago en mis muertos que coño pasa aqui!» y lo que vi fue una imagen que tardaría en dejar de ver por las noches en sueños. Un hombre mayor, con rastas y únicamente tapado con un taparrabos con una postura encorvada como un mono y moviéndose y hablando como un pequeño primate. Estaba dejando cosas, que luego descubrí que era mierda humana, entre los detergentes y cuando salí se asustó tanto que me lanzó una mierda con la mano y me dio en toda la boca (mmmmm que rico eh). Era el puto Ras.

Después de limpiarme lo perseguí durante 15 minutos por el super hasta que el segurata le hizo un placaje propio de la final del seis naciones y conseguimos reducirlo. Tras 10 minutos echándole agua del baño en la cara a ese hombre volvió en si y nos contó una movida rarísima sobre lo que le pasa:

—Tios, sabéis que yo estuve dos años en la selva alejado de la vida capitalista y sabéis lo que sufrí cuando esa tribu canival me secuestró y casi me matan. Pues en ese periodo me dieron de todo tipo de drogas que me reventaron el cerebro y ahora, todos los martes por la noche me pasa esto, me mimetizo con la naturaleza, me vienen reminiscencias de lo que fui en aquellos dos años y se me pira la puta olla colegas… es algo muy jodido que quería ocultar a la gente—admitió Ras.

También nos dijo que en esa época le estaba dando por ser un mono y que a su versión mono le encantaba tirar mierda a la gente y a las cosas y odiaba la limpieza, por eso la mierda en ese pasillo. En ese momento me cuadró todo.

Yo, como buen aprendiz de Ras nunca lo delaté e incluso le ayudé en su enfermedad/locura, algo que lo impulsó a ser el mejor encargado de la historia del Ecomarket y a poderse retirar a gusto a donde le dio la gana. En cuanto a mi y al segurata todos los meses nos llega una gran cantidad de marihuana de origen desconocido a casa, nos la envía un tal Rey Mono, no sabemos aun quien es.

En esta primera época sufrí muchas locuras y episodios que harían que muchas personas abandonasen su puesto de trabajo, pero yo ya había decidido que el Ecomarket era mi vida y aguantaría lo que hiciese falta. Volveré con historias de esa época y de mi etapa de oro en el Ecomarket, hasta la fecha, portaos bien.

¿Que cojones es eso?

La gente dirá que que estoy loco, en realidad creo que no se equivocarían si me tacharan de ello la verdad, pero la realidad es que estoy seguro de lo que vi, al menos durante un segundo lo estuve.

Rondaban las 6 de la tarde y yo, como todos los Domingos, salí a hacer fotografías, una costumbre o hobbie que tengo desde los 13 años más o menos. Ese Domingo en particular hacía mucho calor para ser Octubre, aún así salí a hacer mi ronda (así llamaba a una tarde de fotografía). Preparé mi mochila o pack de supervivencia para la ronda, que constaba de: una botella de agua de dos litros, un plátano, una manzana, una barrita energética, unos calzoncillos limpios (nunca se sabe), una linterna, una navaja, una porra extensible (nunca se sabe), un teléfono satélite, mi inhalador (puto asma) y el equipo fotográfico. Como se puede ver, soy un tío precavido. Una vez preparada la mochila salí en busca de mi fotografía del millón de euros.

El recorrido casi siempre era el mismo, al fin y al cabo vivía en un pueblo de poco más de 400 habitantes. Comenzaba siempre por detrás de las casas, donde estaban los patios para ver si podía pillar algún momento inoportuno de alguno de mis vecinos. Varias veces había pillado en un renuncio a alguno, como el día que capté a Roberto Martínez con las manos en la masa. En mi pueblo lo llamaban «El apóstol» por la buena reputación que tenía y por ser el típico buen samaritano que nunca había hecho mal acto alguno, ya ves, en un pueblo en el que incluso su actual cura de pequeño le metía petardos en el culo a los gatos a Roberto le llamaban apóstol, eso decía algo de como era este chico, o al menos lo parecía. Os cuento como fue la jugada:

Estaba subido a un limonero grande que se encuentra detrás de las casas que se eleva tan alto que permite ver todo el pueblo con una gran perspectiva. Mi intención, sinceramente con la mano en el corazón lo digo, era la de fotografiar a Paquita Torres, la chica más guapa del pueblo —la verdad es que no era gran cosa pero es lo que había— en su piscina haciendo topless. Sabía que siempre se quedaba en tetas en su piscina porque su madre se lo había dicho a la mía y esta, por efecto cotorra, lo había dicho hacía tres días a la hora de comer en mi casa. Por lo tanto ahí me encontraba, buscando la foto que me permitiese entretenerme en mis ratos de soledad, por aquellos entonces el internet no había llegado a mi poblado.

Pero en lugar de encontrarme a Paquita haciendo topless, algo que sucedió en otra ocasión, me encontré a Roberto con una actividad para nada imaginable en una persona de tal bondad. Mientras me encontraba subido en el limonero con mis 5 sentidos puestos en pillar a Paquita escuché un fuerte ruido, un ruido muy parecido al de una explosión, al menos me pareció eso en ese momento, luego descubrí que era el ruido que hizo al abrirse una botella de champagne de manera automática, algo que hizo que Roberto y otra persona dieran un grito y eso, por efecto dominó, que yo me girase y viera lo que ocurría en ese patio, en concreto en ese cobertizo.

Lo que vi ahí fue increíble, en vez de un patio eso parecía un videoclip de Trap. Roberto y su amigo sentados en una hamaca cada uno, fumando y bebiendo al borde de la piscina. Pero eso no era lo mejor, lo mejor fue que en un pequeño cobertizo había como 7000 plantas de marihuana con su iluminación artificial, su sistema de riego y todas las mierdas necesarias para los cuidados de esas plantas, y dentro del cobertizo, a parte de las plantas, también tenía como a 15 niños de dudoso origen (españoles ya digo yo que no eran) trabajando para él y manteniendo su chiringuito de manera impecable. Roberto era un maldito capo de la droga local.

Yo tomé varias fotos de lo que vi, por si algún día hacía mi propio programa al estilo «Equipo de investigación» ya tendría imágenes de archivo. Con el paso del tiempo, yo ya me había instalado en la ciudad y me encontraba trabajando en una pizzería, concretamente estaba haciendo un descanso para un cigarrillo cuando cogí un periódico y lo leí «Detenido Roberto Leal «El apóstol», el mayor traficante de marihuana de la historia de Extremadura«. «Joder con el puto Roberto, al final si que era un puto apóstol, tenía las mismas triquiñuelas que Judas tío» pensé mientras me reía y a la vez me llenaba de envidia, ese artículo podría haber sido escrito por mi, yo lo descubrí.

Pues cositas así descubrí alguna que otra, pero lo del día que voy a contar aquí fue muy surrealista. Una vez hecha la ronda de los patios de las casas me dirigí a la gran cantidad de sitios recónditos que había en mi pueblo, millones y millones en los que podrías perderte si no sabes orientarte bien. Aún así, con todos estos lugares disponibles ese día no encontré ningún momento increíble que fotografiar y por lo tanto conseguir mi fotografía del millón de euros. Lo que no me esperaba yo es que, no la fotografía, pero si la historia del millón de euros estaba a punto de suceder delante de mis ojos.

Ya había anochecido y yo volvía echándome un porrillo de los que me vendía mi contacto (que luego descubrí que trabajaba para «El apóstol») por la calle, porque en mi pueblo rara vez pasa la policía y se puede drogar uno por la calle a gusto, cuando de repente una luz iluminó un contenedor y de él salio una cosa extraña que me miró fijamente al igual que yo a él. Tenía forma de alienígena, lo juro por lo que más quiero que la tenía. En ese mismo instante fui a sacar una fotografía y el ser huyó, pero yo estaba decidido a inmortalizar eso así que, aun temiendo por mi vida decidí seguirlo o intentarlo. El sujeto se movía con una agilidad increíble y corría a cuatro patas, yo lo seguí como pude, la verdad es que el porrillo estaba haciendo efecto en mi, por lo tanto era una doble lucha, perseguir al alien experto en parkour y no morir del efecto de la marihuana.

Finalmente conseguí acorralarlo en un callejón sin salida. Saqué la cámara, lancé la fotografía y para mi mala suerte salió el flash, algo que hizo que la bestia se volviese loca y me atacase emitiendo un ruido muy extraño. Yo, ante el ataque de semejante ser, instintivamente alargué la porra extensible y, como si de una bola de basebol se tratase, bateé al alien que soltó un gemido en el momento del impacto, gemido que se mezcló con el sonido del golpe contra lo que aparentemente era la cabeza del extraterrestre. Tras esto y acojonado como nunca huí de la zona del crimen a mi casa y me acosté sin decir nada, con la esperanza y el miedo de que al día siguiente la NASA hubiese precintado mi pueblo y comenzase ahí una investigación propia de las películas de ciencia ficción que salen en la tele.

Al día siguiente me despertó el teléfono móvil, era mi amigo Raul diciéndome que no hiciese planes que venía a buscarme para irnos dos días a su casa de la playa, algo a lo que ni siquiera tuve la idea de oponerme.

Cuando llegué de la playa dos días después, a la hora de comer mi madre, la cotilla oficial de la casa, sacó el tema de conversación del día:

«¿Os habéis enterado de los cabrones de los niños esos criminales que hay ahora por el pueblo? Por lo visto los graciosos se dedican a ir matando a los animalitos por las calles del pueblo. A la hija de Loli (Paquita Torres) le han matado el gato a palos, si el gato ese tan feo que tenía, el que estaba calvo por todos lados, que cuando nos lo enseñó nos asustamos y todo».

Yo, sin dejar de mantener apariencia de sorpresa en mi exterior, estaba muy afligido en mi interior porque sabía perfectamente que había sido yo el que le había dado el palo al puto gato ese.

—Si hijo, el gato ese del que tú dijiste que parecía que había venido directamente de Chernobyl— añadió mi madre.

Y ahí me salió una pequeña sonrisa que me hizo sentirme mal, pero es que la verdad es que el gato era completamente una enfermedad que andaba. Y en mi cabeza empezó a estar cada vez más claro el momento del crimen. Yo iba persiguiendo al pobre gato (ya decía yo que el alien hacía muy bien parkour) y el ruido extraño que escuché fue el de un gato intentando zafarse de su atrapador. Pues sí que me afectó el porrillo ese que me fumé.

Estuve unos días en casa, sin salir, un poco afectado porque le había quitado la vida a un animal inocente cuando, de repente, se me ocurrió algo increíble, iba a ir a consolar a Paquita y así me la ganaría de una vez por todas y nuestro amor sería real. De repente todo el tema del asesinato animal no me pareció tan mal, incluso me alegré un poco. Por fin iba a ligarme a Paquita tirando de lo mejor del mundo, el amor por una pérdida.

Al final el amor no triunfó, por lo visto Paquita buscaba algo más varonil. Pero bueno, ahora tiene 4 hijos y vive de alquiler en una caravana creo, o eso quiero creer, la verdad es que no se que es de su vida. Lo que si que quiero que sepáis es que no es bueno llevar una porra extensible encima mientras vais a fumaros un porrillo, porque podéis tener una alucinación y darle bien fuerte a alguien.

Así que chicas y chicos, tened cuidado con las drogas y con las porras extensibles, pero sobretodo sed felices.

Al final siempre pasa, la cosa se acaba.

En la vida no hay cosa que más duela que el desamor, metafóricamente hablando es una puñalada directa al corazón, imposible parar su hemorragia. Pero al contrario que como la mayoría de las puñaladas al corazón reales, el desamor no mata, un día simplemente el dolor se acaba, y eso es lo que me pasó a mi, más de una vez. Pero empecemos por el principio.

Había pasado ya un tiempo desde el intento de atraco del señor Bernardo y en el súper ya se hablaba del héroe que sobrevivió al atraco del anciano loco y drogadicto. La gente me paraba por el barrio y me saludaban, se hacían fotos conmigo e incluso había mujeres que me hacían llegar prendas de ropa interior firmada por ellas — esto estuvo muy bien hasta que en una ocasión la señora Aguirre me envió un sostén talla paracaídas firmado en el que adjuntaba una propuesta bastante indecente. Hay que decir que esa señora es la mejor amiga de mi abuela y que, para mi desgracia, perdió los dientes hace años ya… además en esa época estaba en la cúspide, no se que pretendía esa granny—.

El espectáculo mediático en el que me había convertido hizo que la afluencia de clientes al súper creciera de manera exponencial, tanto que mi jefe abrió 4 supermercados más por la ciudad. Fue tal el impacto del atraco que incluso vino la televisión local a hacerme una entrevista, una verdadera putada porque yo ante las cámaras me pongo muy muy nervioso y dije muchas frases que se convirtieron en carne de «vídeo del momento» y cosas por el estilo. Por ejemplo hay un tramo de la conversación en la que la reportera me está preguntando sobre el momento en el que descubrí que podía morir:

— ¿Qué sentiste en ese momento en el que tu vida dependía de una persona casi senil en ese estado de tal nerviosismo? —preguntó la reportera.

— Lo primero que se me vino a la cabeza fue pensar en mi madre, de la que no me había despedido esa mañana. Lo segundo fue pensar que un puto viejo psicópata iba a acabar con mi vida y que encima hacía meses que no follaba, lo que me enfadó tanto que incluso me dieron ganas de matar a mi al maldito viejo. Eso es lo que hizo que sacase fuerzas de flaqueza y actuase contra Bernardo —respondí.

— ¿Qué hizo tras el atraco?

— Nada más llegar a casa me cambié de calzoncillos y los que llevaba puestos los tiré a la basura, usted me entiende (dije esto mientras le guiñaba un ojo a la guapa reportera y sonreía de manera nerviosa). Después me fui a celebrar la vida la bar de carretera «El entrepiernas», el resto es historia.

Al ver el rumbo que estaba llevando la entrevista, la reportera decidió cortarla y conformarse con ese material. Era malditamente famoso y eso mi jefe lo aprovechó, hizo carteles, posters y todo tipo de publicidad con mi imagen, fue una gran época para el Ecomarket.

Como bien he dicho, el jefe montó unos cuantos de super más, pero la sede siguió siendo el del barrio, el epicentro administrativo se encontraba en el mismo sitio donde el negocio empezó. Pero con esto llegaron los problemas, el jefe contrató a gente nueva para el super, administrativos, reponedores y a Tina, su hija. ¡Qué putada más grande!.

Aún recuerdo el día que llegó Tina, entró por la puerta y mis ojos se clavaron en ella, fue un flechazo, eso nunca me había pasado, sentí como un haz de luz que venía del cielo la alumbraba a cada paso que daba. Porque Tina era una preciosidad, de cabello castaño, piel morena y ojos grandes y negros, tenía los rasgos más bonitos que había visto jamás. A todo esto hay que sumarle que el mayor contacto femenino que mantenía en el trabajo era con Sofia, mi compañera, que por decirlo de manera un poco sutil «Se afeitaba menos de lo que debería», de hecho una vez la traté de señor, con eso digo todo.

Lo de Tina era un espectáculo visual, pero además era una especie de diosa de las finanzas, de hecho su padre la había contratado para que llevase la contabilidad de todos los Ecomarket y para no se cuantas miles de funciones más.

Los primeros días nos mantuvimos un poco distantes, pero con el paso del tiempo fuimos estrechando lazos e íbamos a almorzar juntos, nos contábamos nuestros problemas cotidianos e incluso a veces salíamos a fumar juntos, y eso que yo las primeras veces ni siquiera fumaba. ¡Así de gilipollas soy señoras y señores!. Pero al menos mereció la pena, al cabo de unos meses surgió el amor, o al menos eso pensaba yo.

Al principio todo fue hermoso, como en un cuento, salíamos a cenar, a pasear por el parque, incluso llegamos a comer con mis padres. Todo iba sobre ruedas, pero un buen día, de buenas a primeras, Tina empezó a pasar de mi, no me contestaba las llamadas, ni los mensajes, y en el trabajo empezó a rehuirme. Por suerte, o eso pensaba yo, tenía a su padre, mi jefe, que siempre fue un apoyo muy grande en nuestra ruptura de modo unilateral, «qué jefe más bueno y más comprensivo, y eso que a quién me estaba empotrando era a su hija» pensaba yo.

Hasta que un día toda esta historia gris adquirió un color, aunque el color fuera marrón mierda. Iba paseando por la calle y me encontré a Tina con un chico, mucho mas guapo, alto y aparentemente fuerte que yo, pero me armé de valor y me dirigí hacia ellos en busca de una explicación. Cuando llegué hacia ellos vi como Tina y el chico me miraron con cara rara e intentaron irse pero esa vez ya no se escapaban.

— ¿Otra vez te vas a ir sin darme explicaciones? —pregunté — No pensaba que fueras así, pensaba que eras inteligente, no una gilipollas más como todas esas chicas del barrio, aunque estando con el guaperas este de medio cerebro no me demuestras otra cosa —añadí.

— Si quieres explicaciones pregúntale a mi padre, y si crees que Toni (que así se llamaba el guaperas con el que iba) y yo tenemos algo, no puedes estar más equivocado — respondió Tina mientras agarraba al guapo de Toni y se iban.

Yo, fuera de mi, fui a buscar explicaciones al super, donde se encontraba mi jefe. Entré por la puerta de empleados porque era tarde el super estaba cerrado y ahí se encontraba él, haciendo recuento del dinero que se había recaudado ese día. Tiré una lata de SpaceCola al suelo con toda la fuerza que pude, tanto que la lata reventó y me puso perdido de ese líquido oscuro y pegajoso. El jefe, Pedro, se giró asustado y me vio pringoso y empapado, algo que le asustó más.

— Eh, hola Jacinto, ¿qué haces aquí? ¿puedo ayudarte en algo? — dijo con voz temblorosa.

— Si, quiero que me expliques por qué cojones tu hija me ha dejado por tu culpa. Creía que teníamos buena relación, me has ayudado mucho en la ruptura — respondí con voz firme y enfadada.

Pedro se levantó de la silla, se acercó a mi, me agarró de las manos y me dijo:

— El caso es que te quiero Jacinto, estoy in love de ti desde hace tiempo y la relación con Tina me estaba matando poco a poco. Quiero que sepas que no solo has perdido tú, yo también tuve que dejar a mi pareja, Toni, con el que llevaba 15 años. Se que nuestro amor es imposible pero tuve que confesarle mis sentimientos a Tina, que entre lamentos decidió apartarse.

Yo no quise oir más y me fui corriendo de ese lugar. Durante la siguiente semana y media recibí un bombardeo de mensajes de Pedro pidiéndome que volviera al trabajo, que estaba muy arrepentido y que no se volvería a entrometer en mi vida privada. Yo la verdad es que me mantuve reacio a volver hasta que un mensaje cambió mis ideas.

«Querido Jacinto, eres una de las piezas más importantes de la estructura Ecomarket, te prometo una subida del sueldo de 300 euros y otorgarte un vehículo de empresa con el cual te podrás desplazar a tus anchas por la ciudad. Estoy muy arrepentido y me gustaría que te reincorporases al trabajo cuanto antes. Pedro.» fue el mensaje de mi jefe.

La verdad es que ni me lo pensé dos veces y volví al día siguiente, total, la relación ya estaba perdida y 300 euros son 300 euros. Cuando volví descubrí que Tina se había mudado a Boston a hacer un postgrado en macroeconomía o algo así.

Al poco tiempo en el super descubrí que, además de mi, Tina se había enamorado de 5 chicos más del barrio y que claro, tampoco le rompió el corazón nuestra ruptura.

Así es la vida. +300€.

Conociendo a Jacinto el del super.

Hola, buenas tardes, mi nombre es Jacinto Benavente y no, no soy un dramaturgo famoso ni una leyenda de la narrativa española, aun así tengo muchas cosas que contar. Y digo que tengo muchas cosas que contar porque, por suerte o por desgracia, tengo un empleo que me hace emplearme al 100% en todos los aspectos a lo que esforzarse se refiere. Por eso en este breve relato quiero explicar de una forma muy clara y con algún ejemplo lo dura que es la vida de un cajero de supermercado.

Por si mi empleo de riesgo no fuese suficiente también padezco terrores nocturnos y narcolepsia, una combinación increíble teniendo en cuenta que me paso el día atendiendo a personas, manejando su dinero y, en teoría, vigilando que no me roben la una cantidad ingente de productos del super. Pero eso es un tema que quizás trataré con más mesura en otro momento.

Me desempeño como cajero desde hace 5 años en el super de mi barrio, el ecomarket. La verdad es que mi jefe me ha ofrecido varias veces hacerme encargado, algo de lo que me enorgullezco, aunque también es lógico teniendo en cuenta que soy el único que sabe sumar en este bendito negocio. Aunque siempre rechazo ese ascenso, aun no estoy preparado para tantas responsabilidades, además ser cajero tiene sus ventajas, además me gustan las emociones.

Pero voy a comenzar por el principio, como encontré este trabajo y como ello me cautivó. Yo era un chico joven, a mis 23 años había terminado mi carrera de económicas y buscaba trabajo «de lo mio» de una forma feliz y animada, al menos los primeros dos meses, además tenía una novia de esas que te echas desde niño con la que ya vivía desde hacía dos años e incluso estábamos planeando adoptar un perro. Pero en este mundo, en este universo, hay una fuerza que aun no controlamos, incluso apenas comprendemos, que se llama gravedad y, metafóricamente hablando, al parecer por la acción de esta fuerza me cayó desde una altura considerable una hostia de algo que se llama realidad, no se si sabéis que es.

Como por arte de magia mi vida se fue a tomar por culo, bueno, lo que yo creía que era mi vida se fue a tomar por culo. Al parecer en el mercado laboral sobran economistas o primos de jefes o altos cargos de empresas que saben sumar y ejercen como economistas. Al parecer, también, siempre habrá un Carlos, o un Jose, o un Cecilio que le parezca más interesante que tú a tu novia, aunque a quien de verdad quiere es a ti (pero que hija de puta). Así que de esa manera, en un abrir y cerrar de ojos, mi vida había perdido cualquier tipo de ilusión, bueno, en realidad era lo que la sociedad poco a poco había hecho que yo creía que quería, aunque estos hechos y un duro proceso de decadencia extrema me abrió los ojos.

El proceso de decadencia comenzó con volver a mi ciudad, a casa de mis padres. Además de la vuelta al nido tocó acatar todas las normas y volver a vivir como un quinceañero teniendo que dar explicaciones de lo que hacía o dejaba de hacer. Lo bueno es que volví al barrio, y con ello volví a los porrillos de la tarde y a las conversaciones tan interesantes y filosóficas con mis colegas de siempre (que no hacía idea de cambiar de hábitos nunca en la vida) del estilo «Como se construyeron las pirámides de Egipto, ¿por un sistema de poleas o por los Extraterrestres?» si, ese era el nivel. En parte me gustaba eso porque, como yo soy muy aficionado a leer y tengo mucha imaginación, cuando actuaba como orador me sentía muy bien porque era como si de verdad fuese una referencia para esos parásitos sociales que son mis amigos.

A pesar de ello, fue una etapa un tanto convulsa en la que volví a ser un reflejo de aquel joven despreocupado y pseudodelincuente que se entretenía los miércoles asustando a ancianos que salían de echar su partidita de cartas del hogar del jubilado hasta que la vieja señora Rodriguez decidió chivarse (puta vieja, muchas gracias). Pero un día, mi padre, harto de aguantar gilipolleces me despertó temprano tirándome un uniforme a la cara y me dijo «arriba zángano, estoy hasta los cojones de ti, ponte esto, desayuna y vamos, que hoy comienzas a trabajar en el super» y así sin más comenzó mi idilio con un trabajo que, sin saberlo, me sacaría de las garras de la oscuridad. Un trabajo que, sin saberlo, iba a sacar lo mejor de mi, mi lado más humano, además me iba a permitir conocer la dura vida del barrio y, en parte, endurecerme a mi.

Y así, desde ese día han pasado ya 5 años. 5 años con tantas historias que dan para un libro, de hecho, me da mucha pereza escribir un libro, pero os voy a contar alguna porque la verdad es que he visto pocas drogas que hagan que la gente alucine a estos niveles. La que tengo más reciente fue la de uno de mis primeros intentos de atraco, no digo que fuese yo quien intentase atracar, sino que me intentaron atracar a mi.

Era Martes, a las 10 de la mañana y yo como de costumbre pues estaba ordenando un poco el super, reponiendo por aquí y por allá porque a las 10 en mi barrio no va al super ni el dueño. Pues resulta que estaba colocando unas latas de fabada asturiana en la zona de ofertas de al lado de la caja porque caducaban en pocos días cuando sentí un fuerte golpe en la nuca que hizo que me desplomara e incluso me desmayara por unos minutos. Cuando abrí los ojos no os podéis ni imaginar lo que vi, la imagen más surrealista jamás imaginada, Bernardo, un anciano de unos 98 años, con una media de su difunta esposa puesta en la cabeza, empuñando una pistola apuntando directamente hacia mi, que me encontraba tirado en el suelo debido al golpe que me había asestado (un golpe por cierto bastante fuerte para ser un esqueleto que andaba, el puto Bernardo).

Me intenté incorporar poco a a poco pero Bernardo me lo impidió «no muevas ni un maldito dedo maricón de mierda» me dijo mientras sus manos, cada vez más temblorosas, sostenían la pistola que aun apuntaba hacia mi, y eso la verdad es que me acojonaba bastante. En ese momento comenzó una situación y una conversación de lo más surrealista que he vivido:

— Muy bien Bernardo, piense bien en lo que está haciendo, ¿Qué espera conseguir de esto? ¿Qué quiere? Le puedo ayudar —dije mientras me sentaba en el suelo aún dolorido del hostiazo que me había pegado el viejo.

— ¿Qué que quiero? Que me hagas la declaración de la renta gilipollas. ¿Qué voy a querer? Dame todo el puto dinero que hay en la caja registradora, mamón — respondió Bernardo de manera muy agresiva, cada vez se le veía más alterado y esto hacía que le temblasen más las manos, lo que aumentaba el riesgo de que se le fuese el dedo y me pegase un tiro, lo que de manera directa aumentaba mi nivel de acojonamiento.

— Muy bien, esto es lo que vamos a hacer… — comencé a decirle mientras hacía gestos lentos con las manos para intentar que calmase y que todo eso no acabase en un estropicio de magnitudes épicas.

— Lo que vamos a hacer esta claro pezado de mierda, ya te lo he dicho, te vas a levantar muy muy lento y te vas a dirigir hacia la caja sin hacer el gilipollas porque si no te voy a pegar un tiro en la espalda que van a poder venderte a una galería de arte. Una vez en la caja vas a abrirla y me vas a dar todo el dinero que hay en ella, luego yo me voy a ir y todo va a seguir igual — me interrumpió Bernardo nervioso con su voz de ultratumba — y date vida que no tengo todo el día, que tengo 98 años y no se en que momento puedo estirar la pata — añadió.

Yo, valorando mi vida como nunca lo había hecho, decidí acatar las órdenes del «joven» Bernardo y me dirigí hacia la caja, cuando la abrí recordé que no había más que 50 euros de nada, es que eran las 10 de la mañana y el super abre a las 9:30 y ahí no había entrado nadie. Cuando se lo comenté a Bernardo entró en cólera, ahí si que creí que el puto viejo me daba matarile. Comenzó a hablar muy rápido y muy enfadado, moviendo la pistola de un lado para otro mientras que mis ojos no podían parar de seguirla con la mirada. En ese momento, como en una película, dejé de escuchar lo que decía Bernardo y solo recuerdo oir una musiquita en mi cabeza mientras veía como el viejo se movía y agitaba la pistola a cámara lenta.

Ese momento se rompió cuando entró Loli, una buena mujer del barrio, clienta habitual, en el super. El sonido de la puerta al abrirse hizo que Bernardo se despistase y se girase, y yo, aprovechando el momento le devolví el golpe que me había dado sin avisar y lo tumbé. «Ahí lo llevas vejestorio, 1-1» pensé lleno de orgullo.

Pero como la fortuna no es lo que predomina en mi vida ese golpe desencadenó una serie de desafortunadas desdichas que casi me hicieron ir a la cárcel. Al tumbar a Bernardo la pistola cayó al suelo y se disparó sola, dándole en la pierna a Loli que poco más y no se nos muere desangrada en la entrada del super, la pobrecilla. En cuanto a Bernardo, al caer se dio en la cadera contra la caja en la que estaban todas las latas de fabada que estaba colocando yo antes del suceso y se rompió la cadera por 7 lados. Por el disparo involuntario me libré ya que las cámaras de seguridad demostraron que yo no fui el que disparó, pero por la cadera de Bernardo me cayeron 50 horas de servicios a la comunidad, porque por lo visto Bernardo tenía claramente problemas mentales debido a su edad y tal, vamos, que su abogado era la leche.

Tras eso me convertí en leyenda en el barrio, para bien y para mal. En el caso de Loli, no he vuelto a verla por el super. También se descubrió con el tiempo que Bernardo estaba muy enganchado a unas pastillas que le habían dejado de recetar y solo podía pillarlas en el mercado negro y claro, el hombre estaba que se subía por las paredes.

En fin, historias de esta índole y magnitud me han pasado numerosas a lo largo de estos 5 años, en el barrio además de convertirme en una leyenda las personas me empezaron a respetar un poco más y, puede que de alguna manera, este hecho hizo que me comenzase a valorar de nuevo tras una mala época. A tanto llegó la fama que ya no se dice en el barrio «voy al super» se dice «voy a del Jacinto».

Espero que esta historia os haya servido e inspirado para vuestras vidas, y eso, como he dicho antes, tengo miles de historias del super, cada una enseña uno o más valores diferentes que estaré dispuesto a inculcaros, si me brindáis la oportunidad claro.

Siempre vuestro, Jacinto el del super.

A veces la vida es esto.

Y te das cuenta de que no todo son risas, de que vives en un continuo sube y baja, una montaña rusa en la que no dominas ni mandas en el trayecto. Comprendes que, muy a tu pesar, no gobiernas el rumbo de tu barco, que vas a la deriva y que, a menos que ocurra un milagro, eso tardará en cambiar.

Si señor, ¿qué te esperabas? La vida es eso máquina, la vida es una puta guerra, siempre hay algo contra lo que luchar. Y cuando ese algo no es externo no te preocupes, lucharás contra ti mismo. Porque somos humanos, somos inconformistas, porque somos gilipollas hombre.

Te despiertas, eso está muy bien, significa que últimamente estás consiguiendo dormir algo, y como de costumbre echas de forma automática el café en la taza, en la misma taza de siempre con las mismas ganas de siempre. ¿Hoy que día es? En realidad da igual, separas las pastillas, pillas un par de galletas (recuerda lo que te han dicho siempre las mujeres de tu vida «no es bueno tomarse pastillas sin nada en el estómago») y con todo, para dentro.

Te vistes, pero no solo significa que te pones ciertas prendas de ropa, que por cierto cada vez te esfuerzas menos en combinar (que se nota), sino que también preparas tu mejor sonrisa/actitud para el día, seleccionas lo que te hace falta y echas a andar. Ahora viene el momento especial, bueno, antes lo era, con el paso del tiempo lo has ido haciendo cada vez más largo y mas «momentos», sacas los cascos y buscas evadirte en cualquier lista de Spotify, la verdad es que es algo bastante raro, porque es música de fondo, música que te permite sumergirte aun más en tus pensamientos, porque si colega, desde hace tiempo cada vez mantienes mas conversaciones contigo y, joder, cada vez parece que te entiendes menos.

Los días transcurren de forma monótona, siempre es la misma película, o quizás eso es lo que parece. Quizás porque en parte has perdido un poco la esperanza de que llegue algo que nunca llega o quizás porque estás tan obcecado en que eso no pasa que eso no te deja ver la realidad. Ya sabes, tu primer obstáculo está en tu mente.

Pero aun así, y con esas, pasas los días, intentando aprender, esforzándote en cambiar, cambiar lo que eres, cambiarte a ti, porque te has dado cuenta que si, tú también eres tu principal obstáculo. Y recuerdas los comentarios, recuerdas que desde hace tiempo tú eres de las pocas personas que no ven tu luz y recuerdas que esa es otra de las cosas que hay apuntadas en tu lista de cosas que cambiar. Habrá que comenzar a trabajar en tachar cosas de esa lista, quizás esta noche, ahora te toca despejar la mente.

Y así transcurre tu vida, entre cosas que cambiar y cosas que borrar. Caminando sobre la delgada linea entre la realidad y el sueño. A veces, más veces de las que te gustaría reconocer, sin saber por donde andas, sin tener ni puta idea de que pasa en el mundo que te rodea. Más veces siendo un cuerpo que una persona. ¿Dónde quedaron tus grandes años? O al menos ¿Dónde quedaste tú?.

Y mientras, como he dicho, la vida pasa y a ti aun te queda la esperanza «seguro es una racha». No se si será o no una racha, pero es la vida, este divertido juego, y como en todo juego pues las cosas son así, hay niveles mas difíciles que otros. Pero es lo que hay.

Poca diversión

6 am y la misma historia de siempre, llegar a casa de lado, media hablando con el perro de porcelana del descansillo, el que está en la puerta de la casa de doña Julia, mi vecina, hasta que por fin entra la llave en la cerradura de mi casa y consigo abrir y entrar. Al ver mi casa, y su estado, lo que realmente me apetece es dar media vuelta y volver al garito donde tan bien lo he pasado y tantas horas he perdido a lo largo de mi vida, pero por suerte o por desgracia, ya no tengo 21 años.

Copas tiradas por el suelo, papeles, botellas, todo lo posible habido y por haber estaba en mi salón. Las despedidas de un colega son duras, pero la fiesta que le precede no tiene comparación. Joder, si hasta creo que han intentado hacer un castillo de naipes con los objetos de la caja prohibida, esa en la que guardo los regalos y detalles que me hacia mi ex… hijos de puta, hay uno que incluso esta quemado, mis amigos, si señor,

A pesar de todo, la noche había transcurrido más o menos de forma tranquila, bueno, la noche, el día, porque la celebración comenzó a las 11 am del día anterior. Aún así yo tenía fuerzas para una ultima cerveza y un último pitillo, aparto las cantidades ingentes de basura que ocupaban mi sitio del sofá y me pongo a recordar los grandes momentos que he vivido con mi colega Marcos, el de la fiesta, el que se va 3 años a Nueva Zelanda a «trabajar» con una beca un poco rara la verdad. Lo voy a echar de menos, sobretodo porque estos últimos 9 meses ha estado viviendo conmigo, me ha ayudado mucho con mi ruptura, bueno, y ahora que lo pienso, el cabrón no me ha pagado ni un mes de alquiler ni comida ni na’, cosas de amigos supongo.

Suena la puerta, pero el timbre sino la puerta, a hostias limpias vaya. Joder, me he quedado dormido con la cerveza en la mano, y como no, la camiseta quemada por el pitillo, vaya novedad, ironía. Los golpes a la puerta no cesan y eso me acojona, son golpes violentos, como si me quisieran pegar una paliza o le debiera dinero a alguien. Miro el reloj, las 4 pm, ha pasado hasta la hora de comer. Me levanto del sofá y agarro una botella de vodka antes de ir a abrir la puerta, es mejor prevenir que curar, y me dirijo a la prueba de fuego. ¿Me apuñalarán cuando abra? ¿Será mi madre?. Veremos a ver.

Abro la puerta y para mi sorpresa las personas que me esperan detrás de la puerta no son asesinos, o al menos eso creo, pero mucho menos son mi madre. Es la puta policía acompañados de doña Julia. «Buenos días agentes, buenos dias doña Julia, ¿desean algo?» digo con una voz que exhala al demonio, menudo aliento de mierda que gasto. Doña Julia con un tono agresivo, e incluso un poco psicópata, agarra a uno de los policías por el brazo y señalandome con su octogenario dedo delator grita:

— Es él, él es el asesino de mi Jorge, además lleva un día completo haciendo un ruido insoportable y de fiesta.

Yo, sorprendido, miré a esa demente señora que me acusaba de asesinato y alegué que no conocía a ningún Jorge y mucho menos que lo había matado. De repente la maldita vieja me mostró la cabeza del perro de porcelana y me vino un flash mental que me hizo recordar una cosa de la que me avergonzaré durante muchos años, aunque en realidad también me hace mucha gracia. Llegué a casa a las 6 am, hasta ahí la historia si es como la recordaba, pero por lo visto, mientras intentaba abrir la puerta, el perro se me tiró a morder, o eso me pareció creer a mi y le lancé una patada, lo que provocó que lo destrozara en decenas de trozos.

Yo todo esto se lo negué a la policía repetidas veces, pero por lo visto en mi comunidad de vecinos habían acordado poner cámaras de seguridad en los rellanos, por temas de seguridad. No voy a relatar lo que esas imágenes muestran, bueno, solo haré un resumen, un yo muy borracho tirado en el suelo, con la cabeza del perro sobre mi regazo y llorando a lágrima viva por el «asesinato» cometido.

La verdad es que revisando las imágenes, a parte de sentir una gran vergüenza, se me escapó una carcajada que contagié a los policías que acto seguido pusieron un gesto serio al ver la cara de doña Julia y me pidieron que los acompañara a comisaría. «Pero como a comisaría, si ese puto perro es un ser inerte, no merezco ir a la cárcel por esto» alegué a la policía entre gritos de nerviosismo.

— No es ese el motivo por el que hemos venido, aunque deberá pagar los daños. Por favor acompáñenos. —dijo uno de los polis, a lo que yo accedí sin oponer resistencia alguna, obviamente no soy gilipollas.

Al llegar a comisaría ahí estaban, todos en un banco, en linea, mis putos amigos con la ropa del día anterior y los brazos a la espalda, esposados, y con ellos se iba a sentar uno más, el capitán, yo. Casualmente estábamos todos, Marcos, Lucas, Carlos, Mario, Pedro, Nacho y yo. Los 7, los miembros del equipo de verano de fútbol sala del barrio, ese que una vez casi ganamos si no llega a ser por el catastrófico robo que nos hizo el árbitro. Los cremas se llamaba el equipo.

Le comenté esta curiosidad a los chicos y todos se rieron ante mi mirada atónita por no tener ni idea de lo que estaba pasando ahí. Marcos, el más sensato y el que estaba más serio me miró y me explicó lo que acababa de pasar:

— A ver puto inconsciente, como se que cuando te emborrachas pierdes la memoria te voy a hacer un croquis de lo que pasó ayer. Estábamos en la casa bebiendo y celebrando mi despedida cuando de repente Nacho apareció con una foto de cuando fuimos subcampeones del torneo con «Los cremas». En ese momento tu y yo estábamos dándole fuego a uno de los regalos que te hizo tu ex (con que fui yo y no ellos jeje) y montamos en cólera al recordar la injusticia del árbitro. Avisamos a todos y empezamos a recordar todo lo que hicimos para que al final nos robaran como a pardillos, cuando el iluminado del amigo Mario nos dijo que sabía donde vivía el árbitro, que era vecino suyo. Así, como verdaderos héroes fuimos a su casa y bueno, le cagamos el césped fue lo que menos podría decirte. Lo que al iluminado de tu amigo se le olvidó decirnos fue que el árbitro es un puto juez del Tribunal Supremo, lo que yo llamo un dato sin importancia.

Los otros 5 al oir la historia otra vez comenzaron a reir, y a mi, la verdad me salió una sonrisita, que claramente se me quitó cuando apareció el puto árbitro/juez por la puerta.

— ¿Así que vosotros sois los que os habéis colado en mi casa y habéis liado un buen chocho no? Pues os vais a cagar con la que os ha caído guapitos. Además he estado hablando con el jefe de policía y me ha contado la historia del torneo, ¿en serio ha sido por esa mierda? La verdad es que no debería decir estas cosas pero si, es cierto, os merecíais ganar ese torneo, lo habíais hecho de puta madre y la final la estabais bordando, pero ¿sabéis que pasaba? Que si ganabais vosotros no ganaba mi sobrino, y claro, una ayudita no estaba de más. Pero bueno, tampoco creo que fuera para que os ganaseis esta gran multa que os va a caer chicos. Por cierto, gracias, me vais a pagar la reforma de la cocina y del baño.

En estas, Marcos, que ya había perdido el vuelo y por lo tanto el trabajo de 3 años en Nueva Zelanda mira al árbitro/juez «señor, ¿le puedo decir algo?», a lo que él asiente.

—Me cago en sus putos muertos —dijo Marcos.

Este comentario saca una sonrisa del árbitro/juez «muy bien guapete, te van a follar de lo lindo en la cárcel» y se retira al despacho del jefe de policía. El puto cabrón nos acababa de ganar otra batalla, pero no hay dos sin tres, volveremos a por más. Porque somos Los cremas.