Conociendo a Jacinto el del super.

Hola, buenas tardes, mi nombre es Jacinto Benavente y no, no soy un dramaturgo famoso ni una leyenda de la narrativa española, aun así tengo muchas cosas que contar. Y digo que tengo muchas cosas que contar porque, por suerte o por desgracia, tengo un empleo que me hace emplearme al 100% en todos los aspectos a lo que esforzarse se refiere. Por eso en este breve relato quiero explicar de una forma muy clara y con algún ejemplo lo dura que es la vida de un cajero de supermercado.

Por si mi empleo de riesgo no fuese suficiente también padezco terrores nocturnos y narcolepsia, una combinación increíble teniendo en cuenta que me paso el día atendiendo a personas, manejando su dinero y, en teoría, vigilando que no me roben la una cantidad ingente de productos del super. Pero eso es un tema que quizás trataré con más mesura en otro momento.

Me desempeño como cajero desde hace 5 años en el super de mi barrio, el ecomarket. La verdad es que mi jefe me ha ofrecido varias veces hacerme encargado, algo de lo que me enorgullezco, aunque también es lógico teniendo en cuenta que soy el único que sabe sumar en este bendito negocio. Aunque siempre rechazo ese ascenso, aun no estoy preparado para tantas responsabilidades, además ser cajero tiene sus ventajas, además me gustan las emociones.

Pero voy a comenzar por el principio, como encontré este trabajo y como ello me cautivó. Yo era un chico joven, a mis 23 años había terminado mi carrera de económicas y buscaba trabajo «de lo mio» de una forma feliz y animada, al menos los primeros dos meses, además tenía una novia de esas que te echas desde niño con la que ya vivía desde hacía dos años e incluso estábamos planeando adoptar un perro. Pero en este mundo, en este universo, hay una fuerza que aun no controlamos, incluso apenas comprendemos, que se llama gravedad y, metafóricamente hablando, al parecer por la acción de esta fuerza me cayó desde una altura considerable una hostia de algo que se llama realidad, no se si sabéis que es.

Como por arte de magia mi vida se fue a tomar por culo, bueno, lo que yo creía que era mi vida se fue a tomar por culo. Al parecer en el mercado laboral sobran economistas o primos de jefes o altos cargos de empresas que saben sumar y ejercen como economistas. Al parecer, también, siempre habrá un Carlos, o un Jose, o un Cecilio que le parezca más interesante que tú a tu novia, aunque a quien de verdad quiere es a ti (pero que hija de puta). Así que de esa manera, en un abrir y cerrar de ojos, mi vida había perdido cualquier tipo de ilusión, bueno, en realidad era lo que la sociedad poco a poco había hecho que yo creía que quería, aunque estos hechos y un duro proceso de decadencia extrema me abrió los ojos.

El proceso de decadencia comenzó con volver a mi ciudad, a casa de mis padres. Además de la vuelta al nido tocó acatar todas las normas y volver a vivir como un quinceañero teniendo que dar explicaciones de lo que hacía o dejaba de hacer. Lo bueno es que volví al barrio, y con ello volví a los porrillos de la tarde y a las conversaciones tan interesantes y filosóficas con mis colegas de siempre (que no hacía idea de cambiar de hábitos nunca en la vida) del estilo «Como se construyeron las pirámides de Egipto, ¿por un sistema de poleas o por los Extraterrestres?» si, ese era el nivel. En parte me gustaba eso porque, como yo soy muy aficionado a leer y tengo mucha imaginación, cuando actuaba como orador me sentía muy bien porque era como si de verdad fuese una referencia para esos parásitos sociales que son mis amigos.

A pesar de ello, fue una etapa un tanto convulsa en la que volví a ser un reflejo de aquel joven despreocupado y pseudodelincuente que se entretenía los miércoles asustando a ancianos que salían de echar su partidita de cartas del hogar del jubilado hasta que la vieja señora Rodriguez decidió chivarse (puta vieja, muchas gracias). Pero un día, mi padre, harto de aguantar gilipolleces me despertó temprano tirándome un uniforme a la cara y me dijo «arriba zángano, estoy hasta los cojones de ti, ponte esto, desayuna y vamos, que hoy comienzas a trabajar en el super» y así sin más comenzó mi idilio con un trabajo que, sin saberlo, me sacaría de las garras de la oscuridad. Un trabajo que, sin saberlo, iba a sacar lo mejor de mi, mi lado más humano, además me iba a permitir conocer la dura vida del barrio y, en parte, endurecerme a mi.

Y así, desde ese día han pasado ya 5 años. 5 años con tantas historias que dan para un libro, de hecho, me da mucha pereza escribir un libro, pero os voy a contar alguna porque la verdad es que he visto pocas drogas que hagan que la gente alucine a estos niveles. La que tengo más reciente fue la de uno de mis primeros intentos de atraco, no digo que fuese yo quien intentase atracar, sino que me intentaron atracar a mi.

Era Martes, a las 10 de la mañana y yo como de costumbre pues estaba ordenando un poco el super, reponiendo por aquí y por allá porque a las 10 en mi barrio no va al super ni el dueño. Pues resulta que estaba colocando unas latas de fabada asturiana en la zona de ofertas de al lado de la caja porque caducaban en pocos días cuando sentí un fuerte golpe en la nuca que hizo que me desplomara e incluso me desmayara por unos minutos. Cuando abrí los ojos no os podéis ni imaginar lo que vi, la imagen más surrealista jamás imaginada, Bernardo, un anciano de unos 98 años, con una media de su difunta esposa puesta en la cabeza, empuñando una pistola apuntando directamente hacia mi, que me encontraba tirado en el suelo debido al golpe que me había asestado (un golpe por cierto bastante fuerte para ser un esqueleto que andaba, el puto Bernardo).

Me intenté incorporar poco a a poco pero Bernardo me lo impidió «no muevas ni un maldito dedo maricón de mierda» me dijo mientras sus manos, cada vez más temblorosas, sostenían la pistola que aun apuntaba hacia mi, y eso la verdad es que me acojonaba bastante. En ese momento comenzó una situación y una conversación de lo más surrealista que he vivido:

— Muy bien Bernardo, piense bien en lo que está haciendo, ¿Qué espera conseguir de esto? ¿Qué quiere? Le puedo ayudar —dije mientras me sentaba en el suelo aún dolorido del hostiazo que me había pegado el viejo.

— ¿Qué que quiero? Que me hagas la declaración de la renta gilipollas. ¿Qué voy a querer? Dame todo el puto dinero que hay en la caja registradora, mamón — respondió Bernardo de manera muy agresiva, cada vez se le veía más alterado y esto hacía que le temblasen más las manos, lo que aumentaba el riesgo de que se le fuese el dedo y me pegase un tiro, lo que de manera directa aumentaba mi nivel de acojonamiento.

— Muy bien, esto es lo que vamos a hacer… — comencé a decirle mientras hacía gestos lentos con las manos para intentar que calmase y que todo eso no acabase en un estropicio de magnitudes épicas.

— Lo que vamos a hacer esta claro pezado de mierda, ya te lo he dicho, te vas a levantar muy muy lento y te vas a dirigir hacia la caja sin hacer el gilipollas porque si no te voy a pegar un tiro en la espalda que van a poder venderte a una galería de arte. Una vez en la caja vas a abrirla y me vas a dar todo el dinero que hay en ella, luego yo me voy a ir y todo va a seguir igual — me interrumpió Bernardo nervioso con su voz de ultratumba — y date vida que no tengo todo el día, que tengo 98 años y no se en que momento puedo estirar la pata — añadió.

Yo, valorando mi vida como nunca lo había hecho, decidí acatar las órdenes del «joven» Bernardo y me dirigí hacia la caja, cuando la abrí recordé que no había más que 50 euros de nada, es que eran las 10 de la mañana y el super abre a las 9:30 y ahí no había entrado nadie. Cuando se lo comenté a Bernardo entró en cólera, ahí si que creí que el puto viejo me daba matarile. Comenzó a hablar muy rápido y muy enfadado, moviendo la pistola de un lado para otro mientras que mis ojos no podían parar de seguirla con la mirada. En ese momento, como en una película, dejé de escuchar lo que decía Bernardo y solo recuerdo oir una musiquita en mi cabeza mientras veía como el viejo se movía y agitaba la pistola a cámara lenta.

Ese momento se rompió cuando entró Loli, una buena mujer del barrio, clienta habitual, en el super. El sonido de la puerta al abrirse hizo que Bernardo se despistase y se girase, y yo, aprovechando el momento le devolví el golpe que me había dado sin avisar y lo tumbé. «Ahí lo llevas vejestorio, 1-1» pensé lleno de orgullo.

Pero como la fortuna no es lo que predomina en mi vida ese golpe desencadenó una serie de desafortunadas desdichas que casi me hicieron ir a la cárcel. Al tumbar a Bernardo la pistola cayó al suelo y se disparó sola, dándole en la pierna a Loli que poco más y no se nos muere desangrada en la entrada del super, la pobrecilla. En cuanto a Bernardo, al caer se dio en la cadera contra la caja en la que estaban todas las latas de fabada que estaba colocando yo antes del suceso y se rompió la cadera por 7 lados. Por el disparo involuntario me libré ya que las cámaras de seguridad demostraron que yo no fui el que disparó, pero por la cadera de Bernardo me cayeron 50 horas de servicios a la comunidad, porque por lo visto Bernardo tenía claramente problemas mentales debido a su edad y tal, vamos, que su abogado era la leche.

Tras eso me convertí en leyenda en el barrio, para bien y para mal. En el caso de Loli, no he vuelto a verla por el super. También se descubrió con el tiempo que Bernardo estaba muy enganchado a unas pastillas que le habían dejado de recetar y solo podía pillarlas en el mercado negro y claro, el hombre estaba que se subía por las paredes.

En fin, historias de esta índole y magnitud me han pasado numerosas a lo largo de estos 5 años, en el barrio además de convertirme en una leyenda las personas me empezaron a respetar un poco más y, puede que de alguna manera, este hecho hizo que me comenzase a valorar de nuevo tras una mala época. A tanto llegó la fama que ya no se dice en el barrio «voy al super» se dice «voy a del Jacinto».

Espero que esta historia os haya servido e inspirado para vuestras vidas, y eso, como he dicho antes, tengo miles de historias del super, cada una enseña uno o más valores diferentes que estaré dispuesto a inculcaros, si me brindáis la oportunidad claro.

Siempre vuestro, Jacinto el del super.

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